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Cruzar los Alpes: la hipocresía de Macron respecto a la frontera franco-italiana

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Sara Álvarez Pérez (París)−. Hace unos días Macron sumió a Francia en una crisis diplomática con Italia, al acusar al ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, de “hipócrita” por no querer acoger a las más de 600 personas que viajaban a bordo del buque de salvamento Aquarius, fletado por SOS Mediterráneo y Médicos Sin Fronteras, que tocó puerto en Valencia el pasado fin de semana.

Ni que decir tiene que Francia no sólo incumple las cuotas de acogida de refugiados que le corresponden, sino que además Macron ha comunicado que únicamente accederá a acoger a los pasajeros del Aquarius que tengan derecho a solicitar asilo político − principalmente afganos y sirios, el dream team de la inmigración por su nivel socioeconómico, en general muy superior al de eritreos, sudaneses y otros subsaharianos −. En caso contrario, se ha negado a admitirlos. ¿Quién es el hipócrita aquí?

La actitud racista y chulesca de Matteo Salvini −que se comporta como si fuera el primer ministro de Italia− creo que no merece más comentarios. Tal vez sí los merece el hecho de que si en Italia gobierna una alianza contra natura compuesta por la Lega Nord −un partido de extrema derecha que hasta hace poco propugnaba la independencia de Italia del norte, lo que ellos llaman la “Padania”− y por el Movimento Cinque Stelle −de difícil clasificación−, es tal vez porque ambos partidos han conseguido enarbolar la crisis demográfica poscolonial en la que Europa está sumida para movilizar el voto populista, demagógico y xenófobo. Y la ausencia de políticas europeas generosas y coherentes en materia de inmigración tal vez han tenido algo que ver en el impacto de la crisis migratoria en las islas de Lampedusa y Sicilia. Tal vez.

La frontera sur italiana no es la única frontera “caliente” de la Península itálica, y me gustaría desde aquí llamar la atención sobre su frontera norte. En el lado francés de la frontera se devuelven diariamente a cientos de personas migrantes que cruzan los Alpes desde Italia, en lo que se conoce comúnmente como “devoluciones en caliente”. Se ha dado el caso de gendarmes franceses que se han introducido en territorio italiano persiguiendo a personas con el único objetivo de identificarlas, provocando una crisis diplomática entre los dos países. Varias personas residentes en pueblos alpinos fronterizos con Italia han sido juzgadas y condenadas por acoger a personas migrantes en su casa o por haber ayudado a personas migrantes a cruzar la frontera. Blessing Mathew, una nigeriana de 20 años, ha muerto recientemente tras escapar a una redada de la policía francesa en el pueblo en el que había ido a parar tras haber cruzado los Alpes. Otras personas han sufrido amputaciones. En Francia, la banda de extrema derecha llamada “Generación identitaria” −además de reproducir soflamas racistas− se dedica a realizar bloqueos a las principales rutas de acceso de personas migrantes en la frontera franco-italiana. Y sólo estoy resumiendo los casos más sonados.

Una no puede menos que preguntarse qué lecciones tiene que dar Macron a Italia − país receptor de la mayoría de las embarcaciones que cruzan desde Libia − o a España − que tiene cerca de 800 km de costa mediterránea sólo de Algeciras a Alicante además de frontera directa con Marruecos −. También me pregunto qué sentido tiene la propuesta lanzada este sábado a bombo y platillo por Sánchez y Macron de crear centros cerrados de retención de personas migrantes (en mi pueblo a eso se le llama “cárcel”) repartidos por todo el territorio de la Unión Europea para separar a los que tengan derecho a solicitar el asilo político de los que no lo tengan, y “acompañar” a estos últimos a sus países de origen (en mi pueblo a eso se le llama “deportar”).

Hemos comprendido que Sánchez y Macron quieren tomar la delantera en el tema migratorio −aprovechando que Merkel está en horas bajas − para encabezar la agenda de la reunión de este domingo, convocada por Juncker tras el conflicto diplomático por el tema del Aquarius, y así ganar prevalencia entre el resto de líderes europeos. Hemos comprendido también que Sánchez quiere resituar a España en el mapa europeo, del que nunca debió salir. Ciertamente, en España huele menos a cortijo desde que no gobierna Rajoy. Ahora sólo falta que en este afán de apertura le llamemos a las cosas por su nombre y no hagamos propia la hipocresía de Macron. En definitiva, hace falta que el gobierno de Sánchez deje de utilizar la crisis migratoria en la que está sumida Europa para quedar bien ante la opinión pública y para hacer valer su discurso europeísta a cambio de humo, de nada.

 

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